Las preocupaciones sobre la aptitud física y mental de algunos líderes octogenarios y nonagenarios de los Estados Unidos han vuelto a la luz tras varios incidentes recientes.

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La gerontocracia de Estados Unidos está cada vez más presente.

Joe Biden, a sus 80 años, es el presidente más viejo de la historia de Estados Unidos.

Sin embargo, sus frecuentes equivocaciones y caídas han alimentado las teorías de aquellos detractores que sostienen que debería reconsiderar su decisión de buscar otro mandato presidencial.

Mitch McConnell, líder del Senado por el Partido Republicano y de 81 años de edad, tuvo que ser asistido después de quedarse paralizado durante 23 segundos en una rueda de prensa esta semana.

Este incidente suscitó, una vez más, dudas sobre su estado de salud.

La semana pasada, Dianne Feinstein, demócrata de 90 años, provocó consternación cuando, inesperadamente, comenzó a pronunciar un discurso durante una votación en el Senado.

Fue necesario que sus colegas la interrumpieran para indicarle que simplemente tenía que dar su voto afirmativo con un “Sí”.


Como la congresista de mayor edad, Feinstein ha enfrentado muchas preguntas sobre su capacidad para ejercer su cargo.

Ha habido miembros de su partido que han instado a la veterana congresista a dimitir, especialmente después de haberse ausentado del Congreso durante mucho tiempo debido a un diagnóstico de herpes zóster en febrero.

A pesar de que volvió a trabajar en junio, y de que ha descartado presentarse a las próximas elecciones, Feinstein ha parecido frágil y a veces confundida durante largo tiempo.

Un ejemplo de ello fue durante una audiencia del Senado en la que tenía que votar en referencia a un proyecto de ley de defensa.

Cuando se suponía que tenía que decir “Sí” o “No”, empezó a leer un discurso preparado para apoyar la legislación.